Prólogo:
Cuando decidí iniciar este blog (que no fue una cosa repentina, de hecho la página la creé en diciembre de 2008, pero no fue sino hasta hace una semana que comencé realmente a escribir en él) lo hablé con muy pocas personas. Mi interés era tener un espacio propio donde pudiera escribir, cosa que me gusta hacer, sobre diferentes temas y utilizando diferentes géneros. La idea era un espacio donde pudiera intercambiar entre escribir temas de realidad y actualidad con lo literario. No a todos o todas les ha convencido que eso sea buena idea, y de verdad lo siento, pero es lo que quiero y es lo que hago. Una de las preocupaciones sinceras que me manifestaron quienes conocían de la idea, es que los blogs permiten el plagio: cualquiera puede ingresar y copiarte y dejar como suyo lo que tú has escrito o hecho. Estoy consciente de esa realidad, pero creo que el escribir es algo ético. Y confío en la ética de la gente, y a quien lo haga, el plagio literario quedará en su conciencia, no en la mía
Me sorprende la reacción que he recibido de muchas personas por lo que escribo. A algunas les gusta y me motivan a seguir haciéndolo. A otros, algunas cosas les parecen ofensivas, como el uso de malas palabras o vocabulario soez. O les parece muy político, o les parece poco consecuente con mi forma de pensar. ¡Curiosa reacción que se mueve como un péndulo! Otros me han preguntado si no me molesta que otra gente se arroje el derecho de calificar lo que escribo. Y unos más me dicen que me deje de tonterías y me ponga a hacer algo más productivo. A todos y todas les agradezco sus comentarios, favorables o no a lo que escribo. Porque tal vez con lo más difícil de lidiar cuando uno decide escribir, es la indiferencia de quien te lee. Por eso todos los comentarios son bienvenidos. Los prefiero mil veces al silencio que no me dice nada.
Una cosa que este blog ha hecho es reencontrarme con algunas personas de las que tenía tiempo de no saber. Lo leen y reaccionan. Mariana y Aurie en Guatemala, Anahí en Austria, Bárbara en California, José y Soñia en Virginia, Lina en Colombia... me han dejado comentarios, y de corazón se los agradezco. Otros muchos me han escrito un correo electrónico,algunos con pocas palabras, otros con bastante que decir. A todos y todas gracias.
Y termino este prólogo diciendo: hoy les dejo un cuento que escribí ya hace tiempo, por lo tanto, esta entrada será mucho más larga que las otras. Estoy seguro que la mayoría se dará por vencida a mitad o antes de la lectura. No importa. para quienes si lo lean íntegro, espero no lo encuentren ofensivo.
Entre el Deseo y el Amor
Él salió esa mañana pensando en ella. No podía olvidar el olor de su cuerpo impregnado en el suyo. Recordaba cada momento vivido la noche anterior, la noche del reencuentro. Felipe caminó despacio hacia su carro. No tenía, de verdad, ninguna intención de subirse y partir. Prefería pensar que tenía tiempo para verla una vez más, para acariciar nuevamente su cabello, o introducir su mano por debajo de la sábana, acariciar ese muslo que tanto le gustaba y subir sus dedos clandestinamente hasta alcanzar su pubis, y, poco a poco, venciendo resistencias sentir la humedad de su sexo correr por sus dedos. La sola imaginación de ello le produjo un escalofrío y una excitación que lo hizo sentirse incomodo.
Él conoció a Leticia hace ya seis años. La conoció de casualidad, si es que la casualidad existe. Desde el primer momento vio en los ojos de ella reflejada una calidez que no había experimentado en mucho tiempo. Se acuerda que, en el momento en que la conoció no descubrió en ella una mujer que físicamente le atrajera, a pesar de lo hermosa que en realidad es… No, en ese momento se enamoro de ella por sus ojos, por la ternura de su voz y la sinceridad de sus palabras. Y desde ese momento, desde esa noche, soñó con estar con ella lado a lado, todo el tiempo; soñó con amarla día y noche y con quererla y desearla siempre y para siempre.
Felipe inició el camino a su trabajo. Tenía que recorrer toda la ciudad, por lo que se preparó mentalmente para un viaje largo. Le dio gracias a Dios por ello, porque así tendría tiempo de acordarse de Leticia, de imaginársela y mentalmente hacerle, una vez más, el amor.
En el apartamento, ese pequeño espacio de tres piezas, con una entrada que daba directamente a la sala comedor y desde el que se podía ver, hacia la derecha la cocina, y hacia la izquierda la entrada al dormitorio, todo parecía calmo, no había ni un sonido que interrumpiera el sueño placentero de Leticia, esa mujer castaña, con el pelo recortado hasta los hombros, de estatura media, ya en sus cuarenta, pero con un cuerpo de modelo que era la envidia de las colegialas del edificio, que yacía desnuda sobre la cama. De piel blanca y ojos café almendra, sobresalía por su costado derecho un busto redondo, que sin ser grande, resultaba sensual y provocador. Su sueño era placentero, con su respiración tranquila, pausada y relajada.
Esa era la mujer que ansiaba Felipe. Esa mujer que lo había embrujado y cautivado, y a la que él se aferraba como quien se aferra a la vida misma. Poco a poco se fue despertando. Estiró su cuerpo desnudo, se puso boca arriba mirando al techo del dormitorio y poco a poco fue girando la cabeza para ver todo el dormitorio. Con la cama frente a la puerta, podía ver un pedazo de la sala, donde yacían tiradas las ropas que, arrebatadamente se quitaron la noche anterior. A un lado de la cama, sobre la mesa de noche, pudo ver su teléfono celular y una foto de ella misma. Un poco más arriba, y en la esquina opuesta, estaba el televisor y unos cuadros heredados quien sabe de quien y hace cuanto. En el otro lado de la cama pudo ver la otra mesa de noche, donde todavía estaba la botella de vino y las copas.
Se levantó despacio, caminó hacia el baño, el cual quedaba dentro de la habitación. A pesar de lo pequeño del apartamento, el baño era agradable, con un “walk-in closet” y una ventana que daba a lo que, muy optimistamente, los vecinos llamaban “el jardín” y que no era más que un pequeño patio donde los niños solían salir a correr y jugar.
Se lavó la cara, los dientes e hizo todo lo que necesitaba hacer. Luego prendió la llave del agua y comenzó a llenar la tina con la intención de darse un baño relajante. En lo que se terminaba de llenar la tina, salió, con toda su desnudez, a servirse una taza de café. Al llegar a la cocina encontró un pequeño azafate sobre el que estaba colocado un termo, unas galletas, fruta y leche, con una rosa y una nota que decía: “gracias por dejarte amar”. Sonrió, la tomo y se dirigió con ella nuevamente al baño. Apagó el agua y se dispuso a meterse en la tina, cuando decidió, sintió la necesidad de hablar con Felipe.
Felipe ya casi había llegado a su oficina, ubicada en el piso 14 de un edificio moderno localizado en la zona comercial de la ciudad, cuando sonó su celular. Sonrió al ver reflejado en la pantalla el número y el nombre de Leticia y se apresuró a contestar:
-“Hola” le dijo. “¿Cómo te encuentras?”
-“Contenta y agradecida por ese detalle tuyo” le respondió.
–“Estoy tomándome una taza de café del que me dejaste preparado y ya lista para tomar mi baño. Solo quería decirte buenos días y decirte que te amo”
Felipe cerró los ojos, y sin querer, dio las gracias a Dios en silencio. Luego respondió que él también la amaba y que ansiaba que llegara la noche para volver a verla. Se despidieron y Felipe subió al ascensor que lo llevaría al escritorio donde transcurriría la mayor parte del día, queriendo pensar en su trabajo, en las tareas pendientes, pero realmente pensando en ella.
En el apartamento, Leticia, recostada en la cama, pensó en el baño que la esperaba, pero decidió comer primero, así que se acomodó las almohadas, se recostó con la espalda pegada a la cabecera y encendió el televisor. No quiso ver noticias, por lo que buscó alguna película que le entretuviera mientras desayunaba.
Poco a poco fue sintiendo el aroma de la loción de Felipe. Instintivamente estiró la mano y acarició el lado vacío de la cama, como buscando su cuerpo. Se estremeció. Algo le hizo recordar las caricias, los besos, de la noche anterior. Sintió como sus pezones se endurecían y comenzó a sentir que su sexo se encendía. Recordaba como, a lo largo de esos seis años, Felipe había batallado para que le dejara explorar su cuerpo. Al inicio de la relación ella no podía soportar sentir sus manos recorrer su cuerpo; eso le producía un cosquilleo que la dejaba inquieta; tampoco podía aceptar que le besara sus senos y su sexo. Se limitaban a hacer el amor como quien cumple una tarea, pero no había espacio para el juego y la exploración.
Él, poco a poco, logró hacer que ella disfrutara de cada caricia, de cada beso, de cada momento íntimo que compartían. Y ella aprendió a acariciarlo, a explorarlo, a sentirlo. Pero nunca habían alcanzado el nivel de éxtasis que alcanzaron la noche anterior. Cerró sus ojos, dispuesta revivir cada momento, cada detalle.
Todo comenzó con una invitación a ir al cine. Fueron a ver una de esas películas holywoodenses que permiten reírse de la vida misma. No era ni críticamente bien recibida, ni artísticamente bien realizada. Pero era entretenida, una comedia juvenil, al fin y al cabo. Después de eso, él le propuso ir a cenar, pero ella le propuso más bien que regresaran al apartamento. Allí había suficiente comida y una botella de vino que hacía rato habían prometido tomarse juntos. Regresaron, cenaron y, en medio de la plática, Felipe le pidió que se levantara. Quería observarla en esa minifalda negra que tanto le gustaba, con esas medias de seda negras y sus botas altas. Le pidió que le modelara mientras alcanzaba la cámara digital y le tomaba fotos. Ella, jugueteando, comenzó a desabotonarse la blusa lila de seda que llevaba. Dejó al descubierto uno de los senos que tanto la avergonzaban por su tamaño: los consideraba muy pequeños, poco desarrollados. Él tomó una foto, dejó la cámara por un lado, la abrazó y besó apasionadamente en la boca, mientras una de sus manos alcanzaba y acariciaba el seno descubierto.
Delicadamente la llevó al sofá de la sala, la acostó con delicadeza y, mientras la seguía besando en la boca, en el cuello y en sus orejas, con una mano terminó de abrirle la blusa y removerle el brassiere, mientras introducía la otra por debajo de su falda. Poco a poco sus dedos fueron recorriendo los muslos de Leticia, y luchando contra la resistencia de ella, fueron separándolos hasta permitir que alcanzaran el comienzo de las medias y del bloomer que llevaba puestos. Se los bajó hasta medio muslo y ella sintió sus dedos jugueteando con su sexo y alcanzando, juguetonamente, el clítoris y su punto G. Sintió como, a pesar de que ella se resistió, él alejaba sus dedos y comenzaba a besarle el muslo. Poco a poco fue sintiendo como la boca de él se acercaba a su sexo. Sintió su lengua recorrer los labios vaginales, alcanzar su clítoris y lograr que ella explotara allí, en ese momento, sin miramientos ni inhibiciones.
Ella logró zafarse, sentarse, y mientras lo besaba apasionadamente, le zafó el cinturón, y le ayudó a quitarse los pantalones, la camisa y su ropa interior. Ahora era su turno: comenzó por besarle el cuello, el pecho, el estomago; bajó a la cintura y poco a poco se acercó el pene a su boca. Comenzó a besarlo intensamente. Sentía que, con sus caricias, con sus besos, lo estaba llevando al climax. Sintió correr por su boca un líquido espeso, dulzón y sintió como todo el cuerpo de él se relajaba. No le dio tiempo para que él tomara aliento. Lo llevó apresuradamente al dormitorio, lo empujó sobre la cama y lo obligó a hacerle el amor nuevamente. Ella estaba encima de él, ella controlaba el ritmo de los movimientos. Con una mano guiaba la mano de él para que le acariciara su clítoris como a ella le gustaba. Sentía la profunda penetración y el movimiento del pene dentro de ella terminaba de excitarla más y más. Logró terminar; jadeante se acostó a su lado mientras le acariciaba el pecho. Él yacía a su lado con los ojos cerrados, sudoroso, pero con una sonrisa en los labios que denotaba su satisfacción. Poco a poco se fueron quedando dormidos.
No sabía cuanto tiempo había transcurrido cuando sintió las manos de él recorrer su cuerpo. Comenzó con acariciarle el pelo, luego la espalda; sintió como la mano de él bajaba y acariciaba sus nalgas. Quiso e hizo el intento por detenerlo; se sentía cansada; pero él insistió con las caricias. Esta vez su mano estaba debajo de la sábana y comenzaba sentir las caricias en los muslos, en la pantorrilla. Sentía como, con cadencia y delicadeza, el subía y bajaba su mano por sus piernas, cada vez subía más, cada vez se acercaban más a su sexo. Ya no tuvo fuerzas para oponerse. Se dio vuelta y dejó su cuerpo todo de cara al techo del apartamento. Dejó que él explorara todo su cuerpo con ambas manos y su boca. Sintió cuando él acercó su pene a su vagina. Sintió cuando la penetraba con delicadeza. Sintió los dedos de él recorrer su clítoris y nuevamente sintió el cosquilleo en todo el cuerpo. Sintió el movimiento acompasado de y el roce del cuerpo de él con el suyo. Sintió como él se metía los dedos de ella en la boca y los comenzaba a besar apasionadamente. Nuevamente se comenzó a acercar a ese momento explosivo que tanto le agradaba, que tanto disfrutaba. Terminaron casi al unísono, y vio como él, exhausto, se desplomaba a su lado. Volteó su rostro y lo beso apasionadamente. Lo abrazó y así se quedaron dormidos.
Mientras recordaba todo esto, no pudo contener el deseo de acariciar su propio cuerpo, de sentir el deseo de explorarse a sí misma. Cada caricia la sentía como si le fuera proporcionada por Felipe; así, recorrió con sus manos sus senos, sus muslos, sus nalgas; sintió en la punta de sus dedos el comienzo del ano; y terminó por llevarlos a su clítoris, a su sexo mismo. Se introdujo uno de ellos en su vagina, simulando el pene de su amado, hasta sentir el mismo éxtasis, la misma explosión de la noche anterior. Terminó sin sentirse culpable de ello… se levantó y se dirigió al baño sin haber terminado el desayuno. El agua estaba ya un poco fría, por lo que dejó escapar un poco y volvió a llenar la tina con agua hirviendo. Se metió en la bañera y acarició sus senos recordando el rostro de Felipe. Se tomo su tiempo; disfrutó la sensación del agua acariciando su cuerpo. Se limpió con delicadeza y con ternura, como consintiéndose a sí misma.
Salió del baño, se secó con la toalla de él para sentir su humor. Caminó al closet y buscó entre la ropa de él una camisa. Se la puso y tuvo el cuidado de poner un poco de esa loción que tanto le gustaba para que su olor la acompañara el resto del día. Buscó una falda que sabía iba a provocar en él un nuevo deseo por tener una noche de pasión. Encontró la minifalda de lona que tanto le gustaba a él. Se la colocó mientras recordaba el momento exacto en que Felipe entro a su vida. Ya sus hijos, los dos que tuvo con su marido anterior estaban grandes. El mayor, Ricardo, a sus veinticuatro años, ya estaba por graduarse de abogado. Lo había tenido recién cumplidos los 16 años. Una de esas aventuras descuidadas de adolescente que no le había arruinado pero si cambiado su vida. Sergio, el segundo, tenía veintidós; trabajaba en una venta de computadoras y en las noches estudiaba ingeniería en sistemas. Estaba muy orgullosa de ellos. Hacía seis meses que se habían ido a vivir con el papá, cuando ella y Felipe decidieron alquilar aquel pequeño apartamento. Llegaban a estar con ellos los fines de semana y almorzaban en esa pequeña pieza con ella todos los días.
Durante seis años se limitó a sus encuentros clandestinos con Felipe, casi desde el día mismo que se conocieron en aquel pequeño pedazo de cielo, como ella le llamaba al salón de bailes donde fueron presentados. Se acuerda que ella lo vio y se sintió físicamente atraída a él, pero sus temores, los recuerdos de aquellos años de desamparo al lado de su antiguo marido, le imposibilitaron corresponder al amor que sentía brotar con cada palabra de Felipe. Supo que él también era divorciado. Se casó estando lejos y cuando regresó, dejó con él un pedazo de su alma en la presencia del hijo que tuvo con aquella mujer, pero al que nunca vio crecer.
Desde hacía más o menos siete años que él estaba solo. Y así, con la insistencia de él y la resistencia de ella, comenzaron a salir juntos. Al principio solo eran cenas, idas al cine o al teatro, hasta aquella primera noche que ella lo sedujo en su casa, aprovechando que los hijos dormían, ella le hizo a él el amor en el sillón de la sala. Desde entonces, cada salida concluía con un breve encuentro en el motel de moda. A partir de ese momento su vida transcurría entre atender a sus hijos, ir de compras y esperar la llamada de él, para ponerse de acuerdo cuando y en donde sería el próximo encuentro furtivo.
Recuerda cuanto le costó aceptar que él viviera con ella. Vivieron juntos por un año con los hijos de ella, y aunque Felipe quería seguir de esa manera, fue ella la que decidió que lo quería para ella sola. Habló con sus hijos, les dijo cuanto los amaba y cuanto amaba a ese hombre que le devolvió la vida. Les confesó que estaba confundida. Por un lado sentía que ellos ya iban fuera de su vida, por el otro, sentía que ella se inhibía ante el hombre que tanto amaba. Para su sorpresa fue Sergio, el menor, el que propuso que ella y Felipe alquilaran una pieza.
-“Dejanos vivir con papá” le dijo. “Creo que si encuentras algo cerca, podemos comer contigo todos los días, y acompañarte cuando así lo quieras”
Intervino Ricardo y le dijo:
-“Creo que nos has dado todo tu amor y dedicación por muchos años. Siempre te vamos a querer y vamos a estar contigo. Pero es hora de que tú seas feliz mamá, haz lo que te propone Sergio”.
Al principio le costó hacerse a la idea de estar sin ellos. Pero poco a poco se dio cuenta que poco había cambiado. Ella seguía lavándoles la ropa; preparándoles su almuerzo, hablando con ellos sobre sus amigos, sus problemas, sus logros y noviazgos. Seguían siendo parte permanente de su vida. Pero ahora se sentía más completa, ya que Felipe llenaba el vacío que antes sentía.
No todo en su relación había sido un lecho de rosas, y si lo había sido, estaba cargado de espinas. En muchas ocasiones se disgustaron por pequeñeces, por meras tonterías. Sólo hacía dos noches que ella había tomado la decisión de romper la relación y le parecía imposible estar sintiéndose hoy como se sentía: más enamorada de Felipe que nunca.
Tal vez el hecho que hubiesen sabido superar tantas pruebas afianzaba su confianza. Talvez el hecho de saberse comprendida aún en los momentos de incomprensión; pero definitivamente, le encantaba sentirse mimada, adorada por él. Decidió salir a tomar aire, a manejar sin rumbo fijo. Llamó a Ricardo por teléfono para pedirle que no llegaran a almorzar ese día. Mejor se juntaban en un restaurante, así no tendría que cocinar. Hacía exactamente seis meses que había dejado su trabajo. Trabajó desde los 16 años en una maquila y ya no podía soportar la idea de regresar a ese ritmo de trabajo. Por primera vez en su vida sintió que tenía tiempo para ella, y eso, se lo agradeció en el alma a Felipe, quien la apoyó en su decisión de dejar de trabajar.
Decidió ir al salón de belleza. Quería, verdaderamente, lucir hermosa para cuando él regresara esa noche. Toda la distancia construida a lo largo de los episodios de enojo parecía haberse acortado. La noche anterior descubrió en ella y en él lo más profundo del amor; sintió que tanta sexualidad le había roto inhibiciones; le había liberado cadenas. Se dio cuenta que habían desperdiciado mucho tiempo en cuestiones sin sentido. Ahora sentía la urgencia de recuperarlo, o cuando menos, de remplazar ese tiempo perdido con esas ganas que sentía de estar con él y para él.
Felipe contemplaba las nubes desde la ventana de su oficina. Se había pasado todo el día con el deseo intenso de llamar a Leticia, pero se prometió a si mismo no hacerlo. Percibía que ella necesitaba tiempo para sí misma. Él, por su parte, sentía que no había podido concentrarse en su trabajo. Miraba el rimero de papeles que esperaban alguna decisión de su parte, pero optó por guardarlos y quitarlos de su vista. Quería disfrutar del recuerdo de la noche anterior. ¡Nunca se imaginó alcanzar tanto placer con Leticia! De su mente se borraron los recuerdos de aquellas noches clandestinas, donde hacer el amor era algo mecánico, intrascendente; que le permitían disfrutar el momento pero resentir la ausencia. Seguía impregnado del humor de ella, y no quería que se alejara. Talvez por eso, inconscientemente, no había usado su loción esa mañana. Desde que salió de la ducha percibió ese humor, y decidió quedarse con él, vivirlo, disfrutarlo; con ello, sentirse cerca de ella, dentro de ella.
Felipe recordaba la soledad que sentía en su vida antes de conocer a Leticia, y la alegría inmensa que lo inundó la noche que la miró a los ojos, que sintió esa mirada penetrante y llena de vida. No fue sino mucho tiempo después que se dio cuenta de lo hermosa que era: de esa figura delgada con piernas que parecían torneadas por un escultor de primera. Esa cintura bien formada; la nariz griega y la boca pequeña pero sensual; o el cuello blanco y pecoso que tanto le atraía, o esos senos que tanto lo excitaban y provocaban. Poco a poco fue descubriendo la perfección de es cuerpo juvenil en una mujer que ya rondaba los cuarenta años. Pero, y a pesar de lo deslumbrante que resultaba la belleza física de Leticia, nunca pudo olvidar esa luz interior que hizo que se sintiera locamente enamorado, como que si él mismo fuera un adolescente que acaba de descubrir el amor.
A pesar que los seis años que llevaban no habían sido del todo tranquilos y placenteros, ese recuerdo de la primera noche era lo que mantenía, alimentaba y cultivaba su amor por esa mujer. Supo desde entonces, y para siempre, que sin ella no podía vivir, que ella lo era todo en su vida, que ella era su vida misma. Mientras recordaba, ansiaba que llegara el momento de salir de la oficina, de bajar los catorce pisos, subirse al auto y emprender el camino de regreso. Ahora si iba a sentir la distancia, porque se consumía en deseos de verla nuevamente.
Por fin llegó la hora: Felipe llegó pasadas las 7 de la noche al edificio de apartamentos. Buscó su espacio para estacionar el carro y se alegró inmensamente al ver que el de ella ya estaba aparcado. Bajo del carro, subió los dos pisos que lo separaban de la puerta del apartamento, la abrió con ansias locas y lo que vio, lo dejo tremendamente impresionado: frente a él vistiendo esa minifalda de lona que tanto le gustaba, con una blusa azul marino y sin medias, sentada en el sillón de la sala, con un libro entre las manos y las piernas cruzadas, se encontraba Leticia vistiendo la sonrisa más pura, más hermosa que él pudiera recordar. Se quedó parado junto a la puerta, observándola, deleitándose con su presencia. Poco a poco ella se fue levantando, provocativamente abriendo las piernas mientras lo hacía. Se acercó a él y le dio un beso, lo tomó de la mano y lo llevó a la mesa. Le tenía preparada la cena que a él tanto le gustaba. Le sirvió, se sirvió y sacó dos cervezas del refrigerador. Mientras comía le contó que había almorzado fuera con Ricardo y con Sergio, que había ido al salón y le preguntó si le gustaba su peinado. Felipe asintió con la cabeza. Ella le preguntó como había estado su día y él le confesó que había tenido problemas concentrándose, pensando en ella y en la noche anterior todo el día. Ella rió con ganas, acerco su silla y lo beso intensamente. Él dejó la comida mientras la abrazaba y le susurraba al oído que la amaba, que ella era toda su vida. Poco a poco deslizó una de sus manos hasta hacer contacto con el muslo de ella; comenzó a acariciarlo suavemente, como pidiendo permiso para ir más lejos. Introdujo sus dedos entre el bloomer e hizo contacto con su sexo. Mientras la acariciaba, mientras le introducía lentamente uno de sus dedos, notó que ella temblaba y lo abrazaba fuertemente. Leticia, por su parte, cerró los ojos y, mientras una lágrima caía por su mejilla, sonrió y pensó para sí misma que ya no había de que preocuparse: ahora entendía que ya no estaría sola por el resto de su vida.
Este comentario me lo dejó Vivian Bolaños. ¡Gracias Vivian!
ResponderEliminarDr.,
Con todo respeto, debo que decir que el cuento "Entre el deseo y el amor" es el mejor cuento de amor que he tenido oportunidad de leer. Ahi, donde el amor romántico, el físico y el espiritual convergen en una dinámica sublime. Me gustó muchísimo. Además de la redacción que transportó ahi, a la vida de ellos como una observadora...
Me inspiró muchísimo.
Creo que quien no ha amado intensamente y no ha hecho el amor con intensidad, no podrá disfrutar la narración. Es realista y describe varios ámbitos de la vida de ambos personajes con detalle, arte y realidad.
Concuerdo con la vibración que provoca una persona al día siguiente de haber compartido una noche de pasión, que no permite ni siquiera concentrarse en un trabajo, aún cuando sea vital o se precise de atención. ¡Así es el amor! Tan real como inesperado, lejos de prejuicios ni limitaciones, simplemente es deseo, intensidad, armonía y realidad...
No ha sido para nada difícil llegar al final, de hecho, me he quedado prendida de la narración. Y no puedo evitar hacer el paralelismo de este cuento con mi experiencia personal, me inspiró muchísimo.
Saludos!