Guatemala está, hoy más que nunca, de deuda con el mundo. En este país, donde las mafias, los políticos, los criminales de guerra que la impunidad ha dejado libres y la escoria que camina armada sintiéndose todopoderosa, pero demostrando su cobardía perenne y permanente, la vida, literalmente no vale nada. Con una de las tasas de homicidio más altas de América Latina, salir a la calle se convierte en una apuesta por la vida, en una angustia de quienes se quedan esperando el regreso, o no, de la persona amada. Llevar un celular en la mano puede costarte la vida, discutir con alguien por nimiedades también. Asustarte y tocar la bocina, conlleva una pena de muerte si te toca un esbirro de esos que, por andar armado, se cree en el derecho de disponer de tu vida. Esa es la cotidianeidad guatemalteca, un país donde 14 asesinatos diarios son ya el pan nuestro de cada día... la gente lo mira como normal y por ello, se vuelve indiferente. El miedo impera, y no hacemos nada por superarlo, pero a eso ya nos tienen acostumbrado, total fue la estrategia contrainsurgente del pasado.
Pero no es por eso que hoy, más que nunca, Guatemala está en deuda con el mundo. Hoy, en esta madrugada, en medio de esa vorágine de muerte y pobredumbre, en las calles de mi ciudad y de mi patria, esbirros cegaron la vida del poeta del mundo: vilmente asesinaron a Facundo Cabral, un hombre de paz, un hombre de amor, un hombre sensible al dolor y a la injusticia. ¿Que puede un mortal sencillo como yo escribir de la grandeza de un hombre como Facundo Cabral? Nada, sencillamente que su sangre quedó regada en el corazón de la tierra maya. Y que ojalá sirva para mover el suelo, para sacudir la tierra y despertar de este letargo a los hombres y mujeres de maíz. Las lágrimas derramadas esta madrugada, al enterarme de su muerte, no sirven siquiera para regar el alma, no sirven para decirle al mundo que, como Guatemalteco, como ciudadano de esta tierra, me duele su partida, me duele que ojos y oídos de otras tierras ya no podrán deleitarse con la sabiduría de un filósofo y poeta crecido de la pobreza para la grandeza de la vida. Me duele que sea aquí donde él cierra el círculo de su existencia, no por voluntad propia, sino por la ceguera, estupidez y ambición de quienes, con armas en la mano, pretenden mantenernos por siempre, y para siempre, de rodillas. ¿Cómo se deja plasmado el dolor que inunda mi alma, cómo se le dice la mundo que nos perdone por permitir que esto haya sucedido? De verdad, no se encuentran palabras. El lunes en su concierto Cabral dijo "puede que Guatemala ya no sea el país de la eterna primavera, pero cada vez que vengo a Guatemala, me regresa mi primavera". Hoy con Facundo, perdimos para siempre la primavera, porque como siempre, no haremos nada porque las cosas cambien, no haremos nada por detener esta espiral de violencia que nos ha convertido en un Estado Fallido, aunque nuestros políticos, cómplices del crimen organizado, de los corruptos y asesinos, quieran negarlo en sus discursos llenos de falsas promesas y vacíos de contenido. El once de septiembre iremos a votar y optaremos, como siempre por "el menos o la menos peor", y en cuatro años nos estaremos quejando que nada cambia.
Facundo Cabral ha muerto, y con él muere la decencia, y con él muere la esperanza. Se nos va otro de los imprescindibles. Y yo lloro por Cabral, pero también por mi patria. Porque hoy, en este día, quedamos señalados como el país donde cantarle al amor, cantarle a la vida y ser optimista, significa una condena de muerte. ¡Descansa en paz Facundo Cabral, trovador de la vida, trovador de la esperanza! Y a donde vayas, canta para que esa paz, algún día, llegue a mi tierra, a mi patria, a mi país. Me dejas con lágrimas Facundo, y te llevas con vos el alma de los mayas....
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