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sábado, 17 de julio de 2010

Un país rico lleno de pobres

No me gusta la economía. De hecho, no se me da bien eso de los números, las estadísticas y todo lo que tiene que ver con macro economía o micro economía. A duras penas puedo administrar bien lo que gano, y sin embargo, me admira ver como quienes si saben de economía tienden a equivocar el camino cuando de planteamientos para el desarrollo se trata.  Y es curioso, porque hasta antes que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo propusiera que el desarrollo no debía medirse solo en términos económicos sino también del desarrollo humano, todo el desarrollo se medía a partir de la habilidad de los economistas de encontrar las formulas correctas para que el crecimiento del Producto Interno Bruto significara también el crecimiento del capital humano y el capital social de un país. Y la realidad es que pocos lo lograron, y aquellos que lo hicieron, descubrieron que la forma de hacerlo era a través de reconocer su potencial sobre la base de un Estado fuerte y una sociedad comprometida con una visión compartida de país.
Pero esas economías necesitaron de cambios estructurales profundos que permitieron, antes que nada, generar capacidades para que las desigualdades se redujeran al máximo posible, es decir que esa brecha entre quienes más tienen y quienes menos tienen no fuera tan escandalosa como lo es en Guatemala, donde el 10% que más tiene, tiene 30 veces más que el 10% que menos tiene. Y la primera gran trasformación que hicieron fue apostarle por el desarrollo de su capital biológico, es decir por desarrollar las habilidades de la población en general para afrontar la vida con dignidad.  Para ello, invirtieron en educación, salud y seguridad alimentaria.  Lo segundo, fue desarrollar una política económica sobre la realidad de su contexto y no sobre recetas importadas del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial.
Taiwán es un ejemplo de ello.  Una isla enclavada frente a la gigantesca China Continental, es, desde tiempos del triunfo Maoísta, el refugio de quienes huyeron por diferentes razones para iniciar una nueva vida.  Bombardeada severamente durante la segunda guerra mundial, Taiwán entró a los albores de la década de 1950 sumida en una pobreza extrema que afectaba a la mayoría de su población. En poco menos de 50 años, Taiwán se transformó de ser una isla casi totalmente dedicada a la agricultura a convertirse en la potencia comercial número 14 del mundo. La pregunta es ¿Cómo se logró? Aquí no quiero inventar nada, por lo que cito lo que aprendí durante mi estadía en la isla en 2004:  Lo primero que hicieron fue entender y aceptar el contexto en que debían desarrollarse: Territorio limitado, población grande frente a territorio pequeño, pocos recursos naturales, mercado interno limitado y dependencia del comercio exterior para expandir su economía (muy parecido al caso de Guatemala). Esa realidad les permitió entender que, para alcanzar nuevos niveles de vida como país se hacía necesario una profunda transformación de las relaciones económicas y sociales en la isla. Y así lo hicieron:
Desarrollaron una estrategia de desarrollo natural, compuesta por 6 pasos, que debieron cumplirse en orden de prioridades: garantizar comida, vestido y vivienda para cada persona, asegurar un proceso inclusivo en la educación, invertir en infraestructura (carreteras y aeropuertos) y garantizar espacios de diversión para las familias. De esa cuenta, el desarrollo económico en las décadas de los 50 y 60, fue simplemente orientado a mejorar el nivel de vida y a fortalecer la nación. Entendieron que era necesaria una estrategia de reforma agraria que les permitiera lograr el aprovechamiento pleno de la tierra. A diferencia de otros países donde se ha intentado lo mismo, en Taiwán este fue un proceso pacífico en el que a los terratenientes se les indemnizó con empresas, convirtiéndose posteriormente en los más ricos de la isla, en tanto que la tierra se le dio al campesino mediante pagos en especie durante 10 años, con el objetivo que produjeran, primero para garantizar la soberanía alimentaria del país, y luego para promover un ordenamiento territorial que contemplara el uso adecuado de los suelos para la producción. Es importante resaltar que la reforma agraria y el crecimiento subsiguiente explican que la distribución equitativa de los ingresos tiene un efecto positivo sobre los resultados económicos y políticos a largo plazo. A nivel económico, la reforma agraria permitió una expansión del mercado interno, mientras que a nivel de estabilidad política permitió una disminución de los conflictos sociales desestabilizadores.
Pero, además, desarrollaron una estrategia de educación y entrenamiento profesional: A diferencia de otras naciones, Taiwán concentró sus fondos en proporcionar educación básica (logrando así una alfabetización universal) antes de incrementar el gasto en la educación secundaria o terciaria. Parte del éxito fue transformar a los agricultores en gente con educación escolar, promoviendo las carreras técnicas y rompiendo con el mito de la universidad. Con un pueblo educado, una buena base en infraestructura y una mejora constante a nivel económico y político, Taiwan siguió con el desarrollo planificado a través de estrategias de atracción de inversiones, desarrollo de zonas francas, parques científicos y comercio exterior. El auge del comercio exterior durante los años setenta y ochenta permitieron a Taiwan acumular un enorme superávit que hizo crecer las reservas de divisas extranjeras de la isla hasta convertirlas en unas de las más altas del mundo.
Además, inviertieron también en el desarrollo político pasando de un modelo autoritario a una vibrante democracia. Por ultimo, se dio una estrategia de planificación económica, conocida también como sistema económico libre planificado. Esta etapa fue un momento clave en la estrategia de desarrollo de Taiwán, ya que se basó en el entendimiento que los planes de desarrollo presentados por el Organismo Ejecutivo y aprobados por el Congreso eran planes de Estado, por lo que, sin importar que partido político llegara al poder, éstos debían seguir su camino, y ello, por si mismo, permitió la coexistencia armónica del sector público junto al sector privado.
Pero Taiwán no es el único ejemplo de esto: un proceso similar siguió Japón para desarrollarse luego de la segunda guerra mundial, y Corea también lo hizo en su momento.  Otros países han entendido que es reduciendo la brecha entre ricos y pobres como el país se desarrolla, y cuando eso se entiende y acepta, entonces el crecimiento del Producto Interno Bruto que tanto preocupa a los economistas se vuelve simplemente un indicador más de desarrollo de los pueblos. Pero en Guatemala eso no se entiende: mientras la mayoría de la población se debate entre la miseria y la miseria extrema, el gran capital guatemalteco se niega a pagar un mayor porcentaje de ingresos para permitir que pueda existir mayores niveles de inversión social (¿hasta cuando entenderán los economistas que no hay gasto social sino inversión social?) y se escudan en la corrupción rampante que afecta a la estructura pública, a la falta de planes de desarrollo (pero hablar con ellos de reforma agraria es, simplemente un delito de traición a la patria) y a la falta de confiabilidad de los políticos. Aceptando que tienen un grado de razón en todo ello, eso no les exime de su responsabilidad social y moral de aportar recursos para mejorar los niveles de vida de la población en general.
Mientras que aquí se niegan a pagar impuestos, la prensa nos anuncia que, ante la crisis económica que afecta a Europa, un grupo de 51 millonarios alemanes, auto denominados "El Club de la Riqueza", ha propuesto al gobierno alemán pagar un impuesto adicional equivalente al 10% del total de sus ingresos anuales, para que se pueda pagar la deuda pública de ese país. Si, leén bien: ¡Están proponiendo pagar 10% por encima de los impuestos que ya pagan!. Y la propuesta es que lo paguen sólo aquellas personas cuyo patrimonio es superior al millón de dólares, que en Alemania es una cantidad nada despreciable de ¡800,000 personas! Y como preguntaba un diario en Guatemala hoy: "¿Algún empresario guatemalteco levanta la mano?"
Hasta que en América Latina no aceptemos que las desigualdades sociales son el principal obstáculo al desarrollo y al crecimiento económico, hasta que no aceptemos que la reducción de la brecha entre quienes más tienen y quienes menos ganan es fundamental para el desarrollo y el bienestar colectivo, seguiremos siendo lo que mi amigo sueco, Lars Franklin, un carismático profesional del desarrollo  que vivió en Guatemala por mucho tiempo y falleció en Colombia enamorado de nuestra América, me dijo un día: "el problema de Guatemala es que es un país rico, lleno de pobres. Mientras ustedes tienen el mayor número de aeronaves per cápita del mundo, son el país con los peores indicadores sociales de América Latina, solo comparables con Haití". Lapidarias las palabras de Lars, pero certeras...

 

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