Es como sentirse prisionero de uno mismo, conocerse sin de verdad
hacerlo. Hay sentimientos que afloran, que lastiman, que concentran y
desconciertan. Las historias son
escritas por humanos pero no todas son escritas en papel; algunas se escriben
con sentimientos, encuentros y desencuentros. Y las historias con finales
felices son cada vez menos ciertas, más inciertas.
Hay historias que vale la pena contar, como la historia del sol y la
luna, y otras que es mejor callar, aunque duelan, aunque hieran, aunque nos
hagan sentirnos extraños en nuestra propia presencia. Muchas veces sabemos
anticipadamente cual va a ser el desenlace de la historia, y a pesar de saber
que no es un final feliz, nos empeñamos en seguirla escribiendo. No sé si a eso
se le llama masoquismo, no sé si se llama terquedad o simplemente esperanza de
poder cambiar, de cualquier manera, el triste desenlace de la historia.
Hoy quisiera no ser esa hoja de papel sobre la que se escribe la
historia. Quisiera más bien ser un simple lector o espectador de la misma… Ser
como esas personas que entran al cine y, sabiendo que el actor o la actriz no
le pueden oír, igual se empeña en gritarles “¡Cuidado!” o “¡Mirá de tras de vos!”.
Si, quisiera simplemente ser uno de esos entusiastas espectadores que ríen, que
lloran, que disfrutan, y al terminar la película salen dispuestos a seguir con
su vida.
Pero hoy me toca ser el protagonista de una triste historia. Y no una
cualquiera sino la que deja marcas profundas en el corazón en el alma y en la
vida. Las consecuencias del desenlace son terribles, de esas que uno sabe que
van a afectar más de una vida. Y la
impotencia que rodea el sentimiento de querer hacer algo y no poder hacerlo,
termina por cobrar una factura impagable.
A veces quisiera ser otra persona, encontrarme a mí mismo en otro
cuerpo, en otra mente, en otra dimensión y en otra realidad. Pero me toca estar
en esta: vivir y pagar las consecuencias de una historia equivocada desde un inicio,
pero en la que me empeñé a seguir escribiendo a pesar de saber desde antes de
abrir la primera página, que estaba destinada a ser una tragedia. Me pregunto cómo
hacemos los seres humanos para construir resiliencia, ¿de dónde constantemente
sacamos fuerzas de flaqueza para seguir adelante? De verdad no lo sé. Será que
nos mueve la fe o simplemente lo hacemos por la necesidad de seguir vivos en un
mundo que cada vez tiene menos sentido, menos de humano y menos de vida. Y
¿será que esa necesidad no es simplemente estupidez de querer estar vivo en un
mundo que queremos bueno pero hacemos malo?
No, no es la depresión la que escribe estas líneas, es un alma golpeada
por la vida de mil maneras diferentes.
Cuando recorro en silencio mi pasado y repaso lo que he vivido y me ha
hecho la persona que hoy soy, concluyo que mientras otros viven una novela de
risas, amores y encantos, a mí, de verdad y sin martirizarme, me ha tocado
vivir una constante tragedia, con pocos momentos de felicidad y alegría. Quizás
es porque tomo la vida demasiado en serio. Quizás es porque creo fielmente que
la naturaleza humana es más buena que mala, aunque la realidad me demuestre lo
contrario. Sólo sé una cosa: no sé hacer las cosas a medias. Cuando hago algo
doy el cien por ciento... quizás debiera de aprender que en cosas del corazón,
eso no vale la pena. De repente se trata de dar solo el cincuenta por ciento y
esperar que la otra persona ponga el otro cincuenta. No sé… me parece que sería
mejor si ambos damos el cien por ciento, pero bueno… quizás pensar así me hace
un idiota.
Hoy reconozco que soy un hombre que siempre pierde, porque siempre me
arriesgo. Soy ese hombre que se emociona y llora si ve algo que conmueve. No me
considero un macho, sino alguien sensible al dolor humano. Soy ese hombre al
que no le gusta dar nada a medias, porque no le gusta el amor en versiones pobres
e incompletas. Soy ese hombre loco, luchador, sentimental, libre, vehemente,
soñador, decidido y muy desmedido a la hora de amar. Y es que así soy: soy un
hombre al que en más de una ocasión le han golpeado fuerte en el corazón, le
han sido infiel y tratado con indiferencia y desidia. Pero por culpa de la
resiliencia humana, mi corazón es terco, y rebelde como yo, tanto que a pesar de
todo, aquí estoy, reconociendo que mi
historia es una tragedia, pero como siempre… creyendo firmemente en el amor…
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